Xicco

Xicco es una instalación que invita a escuchar las entrañas que conforman los ríos del Bosque de Chapultepec. Plantea crear una conexión del paseante con dichos cuerpos de agua. En este, se encontraba el manantial que surtía de agua a los habitantes de México- Tenochtitlán. 

En los años cincuenta, tras varias inundaciones en la Ciudad de México, el gobierno decidió entubar los ríos y construir calzadas sobre la nueva red hidráulica. 

El trazo del Bosque de Chapultepec se modificó siguiendo este principio. La disposición actual de sus calzadas permite entrever los ríos que lo cruzaban. Actualmente, estos se encuentran secos. Sólo nos quedan los ecos y recuerdos encarnados en los Tlaloques que recorren sus venas.  Ellos, mediante sus historias, hacen presente lo que se desvanece.  

A partir de esta idea se realizaron nueve columnas de acrílico que contienen las voces de los comerciantes. Se recorrerán nueve etapas, como los nueve pasajes para llegar al inframundo, al Mictlán. En estas narraciones invitan al paseante a detenerse a escuchar los flujos del bosque en donde alguna vez pasaron los ríos. 

La leyenda de los tlaloques 

Mónica Martz M. 

En una montaña sin tiempo, habitaba el gran Tlaloque, señor de la lluvia, señor de las aguas, el que todo lo fecunda. De él emanaban nueve manifestaciones: tres niños, quienes se presentaban en el claro de la mañana; tres jóvenes que aparecían por la tarde, cuando el sol brillaba en su apogeo y tres ancianos que llegaban al caer la noche. Ellos poseían las nueve cualidades del agua. 

Al pie de la montaña, en un pueblo cercano los habitantes celebraban una gran fiesta por el  nuevo acueducto. En la chispa de la mañana encendida, apareció  la primera manifestación del Tlaloque tomando la forma de un niño que danzaba con el viento. Vestía un traje adornado con cascabeles y plumas. Quería celebrar con el pueblo este gran acontecimiento. Los habitantes del pueblo extrañados, le dijeron: –– ¡Vete de aquí, tú no eres de este pueblo! ––. Ellos no sabían quién era, no se percataron del significado de su presencia. El Tlaloque del viento se retiró muy triste pero regresó esa misma mañana tomando la forma de una niña: la Tlaloque de la risa, que juega ante la adversidad. La gente, una vez más, le pidieron que se fuera. ––En mí se manifiestan las grandes cualidades del ser humano que deseo mostrar a los habitantes de este pueblo, pero no me escuchan–– dijo la Tlaloque de la risa–– y regresó a su montaña para transformarse en un tercer Tlaloque, igual como una niña: la dibujante de los sueños. Y así volvió al poblado donde, al verla, las personas le dijeron: ––Vete de aquí niña, no sabemos quién eres, esta es una fiesta del pueblo––.

A medio día, cuando el sol se posaba firme sobre el fluir del acueducto, regresó el gran Tlaloque, ahora tomando la forma de un adulto joven: el hombre de los paisajes, que transforma los lienzos blancos en hermosas formas de la naturaleza. La gente del pueblo lo vieron acercarse; era un rostro extraño para ellos. — Váyase de aquí, usted no pertenece a este lugar–– le dijeron.  El Tlaloque, nuevamente triste, regresó a la montaña. Pero volvió por la tarde, bajando por la montaña con la ilusión de poder festejar con las personas. Tomó la forma de una mujer joven, la Tlaloque de la suerte y de los símbolos. Pero, una vez más, fue rechazada. El gran Tlaloque, esperanzado en que la gente lo acogiera, regresó al poblado como un hombre joven: el que transforma los metales en óleos de colores. Sin embargo, el pueblo no lo aceptó y regresó desilusionado a la montaña.

Al caer la noche, cuando las aves anunciaban la llegada de la luna, volvió el Tlaloque a la gran fiesta, que estaba llena de luces y música. Llegó a caballo bajo la forma de un hombre viejo y sabio, el Tlaloque de la gran memoria, el que todo lo recuerda. Los pobladores se percataron de su presencia  y comentaron entre ellos: ––¿Qué hace este señor aquí? Nadie lo conoce. Díganle que se vaya––. Y así sucedió. El Tlaloque regresó a su montaña montado en su caballo blanco en medio de la noche. Con la esperanza de ser reconocido, tomó la forma de una mujer mayor, la que habla con todos los seres, la Tlaloque que abre caminos con sus palabras. La gente no la reconoció, no la escuchó y, de nuevo, le pidieron que se fuera. Ella volvió a su montaña resonando una música acuífera, la canción del agua, de la nostalgia. Pese a todo, El Tlaloque, por última vez, decidió acudir al pueblo como un hombre grande: el Tlaloque del frío, el que refresca la vegetación y a los pobladores en tiempos de calor. En su cuello, portaba una campana para hacerse notar. Se paró en medio del poblado. Las personas, murmurando, le dijeron: ––Señor, le pedimos que se retire. Esta fiesta es solo para la gente de aquí––.  Con gran tristeza y decepción el Tlaloque regresó a su montaña. ––La gente del pueblo no ha sabido agradecer por el milagro del agua ––  se dijo . –– Cerraré el manantial–– .

Así sucedió. El Tlaloque pateó con gran fuerza la montaña. Se desprendieron enormes rocas y, de esta manera, el manantial que emergía de las entrañas de la roca  se cerró para siempre, dejándolo seco, inerte e inutilizado. La población jamás pudo obtener una gota más de agua.

En el Bosque de Chapultepec los manantiales ya están secos. En sus veredas  solo habitan las emanaciones de ese Tlaloque que nos recuerdan que las aguas,  nutren,  dan vida y reviven el fluir de aquellos manantiales que ya no existen.

Fotolibro

Montaje en el Museo de Arte Moderno

Inauguración en el Museo de Arte Moderno

Prensa

Las voces de les Tlaloques

Tlaloque I

Tlaloque II

Tlaloque III

Tlaloque IV

Tlaloque V

Tlaloque VI

Tlaloque VII

Tlaloque VIII

Tlaloque IX